Cómo vamos a contarnos?

El curso ACERCA Comunicación de Proyectos Culturales entre argentina y españa abrió una pregunta esencial: ¿qué contraste hay entre lo que decimos que es nuestra organización y lo que realmente es? Pautas clave para pensar cómo transmitimos lo que hacemos de un modo sincero y efectivo. Por vánina cánepa e ilustración de amalgamuda.

Cierta vez un militante anarquista dijo: “quien habla de revolución sin llevarla a cabo en su propia vida cotidiana, habla con un cadáver entre los dientes”. Siempre me pareció una frase potente esa porque aplica para casi todas las circunstancias de la vida. Una sentencia como un espejo que invita a mirarse de frente para ver qué mostramos, qué se ve y qué es lo que verdaderamente hay. Hace unos días, durante un taller de formación que se llevó a cabo en la ciudad de rosario, argentina, la frase volvió a resonar en mi cabeza y me dejó pensando en cantidad de cosas, esta vez, en relación a nuestras propias prácticas como comunicadoras sociales.

Es bueno hacer cursos de formación porque se agita la cabeza, se expanden las ideas y, con algo de perseverancia y planificación, si nos respaldan las organizaciones en las que trabajamos, podremos a futuro implementar algo de lo aprendido. Decía entonces que se llevó a cabo el curso de formación ACERCA Comunicación de Proyectos Culturales, organizado por el Centro Cultural Parque de España de rosario, y la experiencia fue un convite para frenar, detenernos y pensar cómo comunicamos lo que hacemos en nuestra organización, y entiéndase aquí por organización cualquier espacio o actividad cultural, individual o colectiva, pública o privada; desde una productora de podcast integrada por varias personas, un periódico ilustrado cómo femiñetas, una ilustradora independiente, un centro cultural, un teatro, un dúo de música, una institución del Estado, es decir, cualquier proyecto cultural del que participemos y que nos toque comunicar en un momento determinado. La máxima anarquista del principio de esta nota se instaló con fuerza durante esos días del curso.

¿Somos lo que comunicamos? ¿Comunicamos algo que no somos? ¿Comunicamos con perspectiva de género y, en ese caso, la perspectiva de género que comunicamos se corresponde con las prácticas cotidianas de la organización? La misma pregunta anterior pero ahora con respecto a la inclusión, a la diversidad, a la discapacidad, en fin: ¿hay contraste entre lo que decimos que es nuestra organización y lo que realmente es?

Fueron cuatro mañanas enteras en donde el mundo se detuvo por un rato y tuvimos tiempo para hablar de comunicación. Tiempo para escuchar y desarmar ese ovillo de imágenes, palabras, formatos, consignas, gestos, intenciones y espacialidades a partir de los que construimos los mensajes internos y externos de nuestra organización. Mensajes que en ocasiones se enredan, se contradicen, se pierdan en el bombardeo constante de las redes sociales y que, la mayoría de las veces, se superponen con otras cuatro o cinco tareas que hacemos a la par y en simultáneo para sostener nuestro proyecto, sobre todo cuando es autogestivo. Frente a ese panorama y en el marco de un sistema de redes y pantallas que nos ofrece miles de contenidos por minuto, hay que ver cómo hacemos para captar la atención de nuestros públicos reales o potenciales y, al mismo tiempo, generar una comunicación sincera.

Si hay algo que quedó claro durante los días del curso es que la comunicación es una parte crucial de nuestros proyectos, tanto, que incluso habría que pensar esa estrategia antes del desarrollo mismo del proyecto. No queda otra que detenerse y pensar, volver al origen, y preguntarse por la identidad.

“¿Cuál es el valor, el aura de nuestros productos o servicios, qué es lo que los hace singulares? fueron algunas de las preguntas clave que propuso Iván Moiseeff, productor cultural y director de Zona Futuro de la Feria Internacional del Libro que, entre muchas otras tareas, genera estrategias de comunicación y contenidos para festivales culturales, canales de televisión e instituciones. El escritor llamó a preguntarse para qué hacemos lo que hacemos, para quiénes, con qué finalidad, qué efecto y qué conversaciones queremos generar en la comunidad y con nuestros pares. Para el productor cultural es importante tener clara nuestra identidad porque en definitiva “la identidad genera discurso, formato e imagen”, dijo Moiseeff y citó algunos ejemplos de organizaciones argentinas que desarrollan estrategias de comunicación asertivas , ya sea por sus prácticas cotidianas para construir comunidad en un espacio físico, como el Centro Cultural Alternativo Cecual, de Resistencia, Chaco, el Club Cultural Matienzo y El recoleta de Buenos Aires, y el Festival Mamboretá de Formosa, por el diseño de sus piezas gráficas. 

Y para pensar en los múltiples formatos y lenguajes a la hora de contarnos, el especialista en en Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación, Fernando Irigaray, se explayó sobre territorialidad expandida y narrativas transmedia, como una experiencia estratégica para pensar en las diferentes piezas físicas y virtuales que se pueden combinar y pueden componer el relato de nuestro proyecto cultural. 

¡Coherencia, por favor! 

Desde madrid, españa, y a través de un encuentro virtual, Patricia Horrillo Guerra, periodista, fundadora de Wikiesfera y líder de ComunicaTech dedicó buena parte de su intervención a reflexionar sobre la comunicación interna de la organización y marcó la importancia de generar protocolos para el uso de las herramientas que se utilicen para ese fin. Establecer, por ejemplo, si se pueden mandar o no audios por whatsapp, qué tipo de información se comparte por ahí y en qué horarios. Lo mismo para aplicaciones de organización interna tales como Trello, Slack, el correo electrónico, etc.

Especificaciones claras, precisas y compartidas que parecen pequeñeces, pero que realmente ordenan y limitan el uso de las tecnologías y sobre todo convocan a un uso respetuoso del tiempo propio y del de los demás. Para las reuniones virtuales y presenciales, por su parte, Horrillo Guerra marcó la importancia de establecer temarios y horarios de inicio y final, algo muy ligado a la perspectiva de género cuando nos preguntamos: ¿a qué hora se ponen las reuniones, quiénes pueden asistir y quiénes no, quiénes quedan en la reunión a la hora de tomar las decisiones?

Con la idea de que los proyectos culturales son herramientas clave de intervención en espacios públicos, Moiseeff invitó a pensar la comunicación desde la espacialidad de los lugares y propició el contacto con absolutamente todas las personas que integran los equipos de trabajo, desde las que tienen el máximo poder de decisión hasta las que no lo tienen en absoluto, porque todas las personas que trabajan ahí, cada una desde su puesto, observa, escucha, conoce parte del funcionamiento de la cosa y puede aportar información valiosa para desarrollar estrategias de comunicación. “El espacio también comunica”, aseguró el productor y profundizó en todas las dimensiones y capas de sentido que encierra ese concepto. El centro cultural que a través de las redes dice invitar a toda la familia, pero no tiene un cambiador de pañales en el baño ¿cuánto realmente la está invitando?, se preguntó Moiseeff.

Algo similar propuso pensar Belén Igarzábal en relación a la comunicación y a la perspectiva de género. La doctora en Ciencias Sociales y directora del área Comunicación y Cultura de la FLACSO, reflexionó sobre la importancia de ser coherentes entre lo que se comunica hacia afuera y lo que sucede al interior de las organizaciones. Según datos del Sistema de Información Cultural de la argentina (Sinca) solo un 25% de las mujeres que integran organizaciones culturales comunitarias ocupan cargos jerárquicos y solo el 35% coordinan o son profesoras en esos espacios. Igarzábal propuso pensar entonces si hay equidad de género en los equipos a la hora, por ejemplo, de convocar a un jurado o de tomar decisiones y en ese marco se preguntó ¿qué significa repensar nuestros proyectos con una perspectiva de equidad? y lo planteó no sólo en términos de géneros varón-mujer, sino desde una mirada interseccional e intercultural.

Si nuestra organización se preocupa por construir una comunicación feminista pero no implementa el feminismo en sus propias prácticas cotidianas…de nuevo la frase anarquista.

¿Qué hacemos con la E?

Durante el encuentro también hubo espacio para problematizar el lenguaje y pensar en las distintas estrategias para volverlo inclusivo. ¿Es el uso de la E la única forma? ¿En qué ocasiones es conveniente usarla? ¿Puede la E acercar a un tipo de público pero alejar a otros? Nuevamente la pregunta vuelve a ser por la identidad de la organización: tener claro a quién le estamos hablando y cuál es la comunidad con la que queremos generar intercambio es la clave para pensar el modo. Durante el curso la idea se centró en revisar si usamos un lenguaje sexista y a partir de ahí analizar las diferentes maneras que existen para transformarlo, entre ellas: el uso de la E, la búsqueda de sustantivos inclusivos sin género (tales como infancias, juventudes, personas, públicos) y el reemplazo de la vocal que indica el género por el @ o la X, opción esta últma que presenta sus reparos en la versión digital por ser incomprensible para las personas ciegas, ya que los sistemas de traducción al braille no reconocen esos símbolos en las palabras escritas. 

Construir comunidad

Otra de las grandes inquietudes durante las jornadas fue pensar qué es una comunidad y cómo se construye en torno a nuestro proyecto. Para pensarlo hubo una instancia de intercambio, moderado por el periodista Juan Mascardi, en el que se compartieron distintas experiencias de buenas prácticas como la de Narrativas transmedia en la cárcel, presentado por el docente Patricio Irisarri, el Proyecto Indicadores de la Secretaría de Cultura de Rosario, la edición argentina de la Revista Jot Down, que presentó la comunicadora Andrea Calamari y el recorrido del proyecto Orsai que dirige Hernán Casciari.

Una de las respuestas que ayudó a entender el concepto de comunidad vino precisamente de él, responsable entre otros proyectos de la revista, editorial, productora audiovisual, tienda y fundación Orsai, que hoy tiene más de 27 mil socios que donan a diario parte de su propio dinero para que esa entidad desarrolle proyectos culturales. Casciari explicó que hace muchos años atrás, cuando en una nota de su blog escribió un texto en el que usó la palabra bombacha, una persona de españa preguntó entre los comentarios cuál era el significado de esa palabra y otra de españa (también en comentarios) le explicó que en argentina se le dice bombacha a lo que en españa llaman bragas. “Eso es crear comunidad”, dijo Casciari.

La idea de desarrollar estrategias de comunicación es dar a conocer nuestro proyecto, sí, pero a su vez es pensar en nuestra comunidad. Construir vínculos y redes, intercambios que potencien lo que hacemos. Habrá que seguir buscando las formas, probar, acertar y equivocarse. Experimentar con todas las herramientas disponibles y jugar con ellas para ver qué sale. Lograr que el proceso de generar estrategias de comunicación sea enriquecedor, creativo, lúdico, pero sobre todo coherente y sincero. Volviendo a la máxima anarquista del inicio: comuniquemos lo que somos y seamos, en fin, lo que queramos comunicar.

vanina cánepa nació en rosario, argentina, es licenciada en Comunicación Social (UNR). Creció escuchando audiocuentos en la casa de sus abuelos y descubrió así la potencia de los relatos. Desde entonces los registra de múltiples maneras: es productora de podcast, guionista de películas como La arquitectura del crimen y Nonot Llalcaipí y productora de series documentales. Participó en la edición del libro Rosalía y el Revés de las cosas y trabajó como periodista en distintos medios de comunicación. En 2018 se animó a escribir cuentos y comenzó un taller literario para experimentar la ficción. 

Texto: @vanicánepa  Ilustración: @amalgamuda

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