dayana catà escribe desde las entrañas. Qué no te has dado cuenta? Las palabras hacia la redención
Hace unos días me pregunté por qué dolía tanto. Porqué las entrañas me ardían de aquella manera, como cuando comía mucho mango verde, y me empachaba, sudorosa durante horas de retortijones y arrepentimientos gandíos. Por qué las entrañas se retorcían y el dolor pujante. No podía procrear, sino partirme por la mitad, al borde del desliz de las máscaras. Y la vergüenza, la vergüenza siempre de acompañante. La vergüenza para mis ancestros. Vergüenza colonial, pienso, y por primera vez suelto una carcajada real en meses.
–No sabes dejar ir–, me espeta el ego con voz dramática desde los ovarios retorcidos.
Y cómo no saber, si en mi niñez, allá por los noventa, era parte de una manada, que correteaba descalza bajo los aguaceros de La Habana, bastardos y conscientes. Sin apellidos burocráticos que heredar, hambrientos de paternalismo, que llegaban de otras lenguas, y olores de sobacos burgueses no acostumbrados al calor carnívoro del caribe.
Me retuerzo defensiva ante la herida del abandono.
–Porque no puedes dejar ir–, se relame el ego, en los tumbos que da mi autoestima a través de la memoria selectiva.
Negra, para un rato, me apuñala. Negra, para un día, retuerce el cuchillo hasta el mango, sin piedad. Negra en sortilegio. Negra de matorrales, y lunas llenas. Negra en la clandestinidad. Negra que siempre tiene que demostrar. Negra que no se calla. Negra de sexo rojo, caliente, insumiso, prohibido, exótico, contestatario, de acero, en secreto de mi propiedad.
¡BASTA!
–Porque no quieres dejar ir– recula el ego cauteloso.
La herida se enquista y el dolor se expande consciente, en todas las dayanas karmikas, que me intentan abrazar. Me acuerdo del pacto con la Caridad del Cobre, y me miro vulnerable, por primera vez en treinta y dos años. Tengo miedo, pero esa vulnerabilidad me abraza y crezco. Oshun me desviste las capas de piel que van cayendo, una a una, desprendiéndose a trozos de las fantasías ajenas y patriarcales. Mi piel se va deshilachando, a ritmo acompasado, arrastrando mi escritura tímida y todos los trazos que escondo avergonzada bajo el colchón. De nuevo, la maldita vergüenza académica. Mi autoestima, maltrecha, se arrastra en una última exhalación. Intentando, en vano, aferrarse a los últimos segundos de vida y aprobación hegemónica blanca. Se agarra en balde a los últimos reflejos de un espejo que refleja por primera vez la realidad. Sin torsión, sin desequilibrio. Negra Abrecaminos. Negra histórica. Negra caña de azúcar y mar en calma. Negra heredera. Negra poderosa. Negra hecatombe. Negra Madre Agua. Negra ancestral. Negra reina de las siete potencias. Y dejo ir, intentando sobrevivir. Para que ya no duela. Me reconcilio con la deconstrucción de mi cuerpo, que ya no es una disculpa.
De mi afro, que ya no te pertenece. De mi piel, que desafía y derrumba constructos. Y ya no hago resistencia. Para poder (r)existir. Para que deje de doler.
Texto: dayana catà Ilustración: amalgamuda