Los programas de TV, las listas de reproducción, las cocinas y hasta las conversaciones: conocemos cómo suenan los mundos ajenos, uno tras otro, con el movimiento sistemático de los dedos hacia la izquierda. Quién hace más ejercicio, quién come más sano, quién aprovecha más este encierro, y hasta quién lo expresa con mayor creatividad. Somos jueces y juezas desde la comodidad de los sillones, mientras lo privado privadísimo se vuelve más público que nunca.
Pero hay un segundo nivel en este juzgado social del infierno y es el surgimiento de los policías de la cotidianeidad. Tanto la situación de aislamiento como la incertidumbre sobre el futuro y la idea de “enemigo invisible”, forman el caldo de cultivo perfecto para la emergencia de estos microfascismos: que no se puede subir a la terraza, que vi la historia de alguien que no estaba en su casa, que los dos metros de distancia.
A ver: esto no es un llamamiento a la desobediencia ni un desprecio por quienes están poniendo el cuerpo en los barrios y en los hospitales. Pero es preocupante que estemos rodeades de tantos fiscales del orden público agazapados en sus patrulleros simbólicos, esperando el momento justo para entrar en escena.
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texto e ilustraciones: @celi.poloni & @mackerika