Por laura fraile vicente*
barcelona, 15 de junio de 2020. Segundo día de encierro.
Entre el “¿Por qué no te vienes a casa?” y el “¡¡¡A casa!!!” de los mensajes que me envía mi madre a lo largo de la tarde percibo un estado de emergencia familiar ascendente que busca una respuesta que aún no puedo dar.
Me propongo hacer una gynkhana en casa para escapar de mi condición de estatua humana. Posibles pruebas: salto de mariano (el gato), voltereta, cuatro flexiones contra la pared y salto de longitud usando la escoba como pértiga.
Bajar la basura se convierte en uno de los pocos resquicios que nos mantienen anclados a la vida de antes. Desde hoy, el grupo de whatsapp del curso de catalán se ha convertido en una estrategia de apoyo mutuo. “Bon dia. Esteu tots bé?”, nos pregunta joan.
Empiezo a categorizar a la gente de la calle. Gente con carros y gente con perros. Yo no tengo ni una cosa ni la otra. Leo en la prensa: “Multas de 100 a 600.000 euros y hasta un año de prisión a quien incumpla el estado de alarma”.
Salgo al balcón. Escucho el balance del chico de La Tapadera. Mide los daños en número de pizzas vendidas. De 100 a 11 en un día normal. Ayer soñé con playas y helados, anteayer con un viaje a madrid y con guisos de tres platos. Mi madre me dice que no sueña con nada. Mi hermano ha soñado que mis padres se morían de coronavirus.
“¿Tú eres la chica que siempre está en el balcón?”, me pregunta el vendedor de pollos.
El Mundo: “Denunciada una octogenaria por llevar speed para la nieta, saltarse el confinamiento y realizar actos obscenos a los agentes”. El Periódico: “Un influencer contrae coronavirus tras el reto viral de lamer tapas de vater”.
Escribo: “Me apetece lanzar aullidos desde el balcón, pero no quiero preocupar a los vecinos”. Me responden: “Veo que tienes todo bajo control, laura”, “Espera a las 20h”, “Aprovecha para llamar a juan”, “Ánimo, alguien tiene que ser el primero”.
Mi compañero de piso me ataca con pimpinela . Yo me defiendo (y me cuido) con cesaria evora . Hoy siento que he vuelto a la adolescencia. He vuelto a escuchar a los celtas cortos y a comer zanahorias crudas.
— Eo, eo
— Eo, eo
— Cara cola
— Cara muñeco
— Eh?
— Hola, hola, cómo mola (conversación entre dos niños desde sus ventanas).
No me entero hasta las 16 horas que anoche hubo cambio de hora. Describo mi día a una amiga como “Comer, leer y mear”. Ella me responde: “Yo añado caca y videoconferencias, el resto igual”. La Vanguardia: “Una anciana de 90 años muere tras renunciar a un respirador para cedérselo a los jóvenes”.
12:15h. Acabo de ver a un hombre santiguándose mientras salía de su portal. En la mano izquierda llevaba una bolsa de la basura.
Tuvimos que aprender a comunicarnos solo con los ojos. Tuvimos que hacer del silencio otro tipo de comunicación. Tuvimos que hacer paréntesis, incorporar escenarios, cambiar de perspectiva. Dejar pasar los días y medir si reafirmarnos en lo visceral o cambiar de estrategia. Tuvimos que volver a construir desde las ruinas… o terminar de derribar el castillo.
En estos días en los que el calendario es símbolo de frontera, recuerdo un graffiti que decía: “Aprendimos que violencia también era tener que esperar”.
Hoy, 25 de abril, sueño o fantaseo con ser niño, perro, bombona de butano, hoja de árbol, mosquito o paquete de amazon para salvar los 6 kilómetros de distancia (lo calculé ayer) que me separan de ti y de nuestra conversación pendiente. Soy una escapista frustrada que observa la llegada de un autobús que sólo conduce al camp nou, soy un cuerpo paralizado, soy una cabeza convertida en laberinto tratando de encontrar la salida.
En estos días abrimos conversaciones con un cómo lo llevas, qué tal, cómo sigues… Preguntas insuficientes para recoger el alcance del cóctel molotov emocional en el que esto se convierte a veces.
Nueva normalidad, fase 0, fase 1, fase 2, fase 3, disciplina social, recesión de una extraordinaria proporción, desafío económico, apelación a la reconstrucción… (nuevas palabras para nuevas épocas).
2 de mayo. Primer día que nos dejan salir a hacer el runner. “Esto parecían las olimpiadas”, dice un vecino.
Hasta aquí llega este diario confinado, en el que he incluido fragmentos escritos entre el 14 de marzo y el 2 de mayo. Durante todo ese tiempo, la escritura fue uno de los refugios que me ayudaron a nombrar los malestares, dejar huella del paso de los días y aliviar la soledad.
* laura fraile vicente (Valladolid, 1985) es periodista y educadora social. Actualmente vive en barcelona y ha publicado tres libros: `Mujeres que tararean canciones inventadas´ (zoográfico, 2014) y `No puedo evitarlo´ (zoográfico, 2016), ilustrados por joaquín aragón y «La siesta te hará engordar» (zoográfico, 2019), ilustrado por magdalena ares. Tiene un blog .
texto: @laurafrailev ilustración: @magdalenaares