¿Te ha pasado de ir a una revisión ginecológica y dejar de sentir que tienes control sobre tu cuerpo? ¿Percibir que están pasando cosas dentro de ti y no saber exactamente qué? Por irene negri e ilustración de monste silva.
Así me he sentido, casi desde siempre. Cada vez que voy a una consulta dejo de ser la protagonista de mi cuerpo y de mis experiencias. Pareciera que lo que mi vulva muestra fuera suficiente para entender mi vivencia, lo que soy. Como si mi historia no importara, como si mi voz no importara.
Me pregunto muchas veces, si las doctoras y doctores que me han atendido tienen idea de que soy una persona, que siente, que piensa y que tiene mucho miedo de estar en esa camilla abierta de par en par, como pavo de navidad.
Me cuestiono si les han enseñado que como paciente quisiera que me escucharan atentamente cuando hablo y les comento mis preocupaciones. Que se tomaran el tiempo suficiente para explicarme detalladamente los procedimientos que se harán en mí, aún cuando no entienda bien los nombres de los aparatos o me lo tengan que repetir varias veces. Que me dieran respuestas suficientemente claras y no me hicieran sentir culpable por lo que sea que tengo o hago. Que se limitaran a expresar sus opiniones profesionales, más que juicios de valor sobre mi vida y mis decisiones.
Por lo general, no me pongo autorreferencial, pero creo que es de vital importancia que podamos compartir nuestros relatos, como una forma de visibilizar lo que nos ocurre.
“Qué suerte debe tener tu novio, porque mira que tienes una vagina bien estrecha”. Nunca se me va a borrar ese comentario. Nunca se me olvidará la sensación de tener la mano de un hombre en guantes y bata blanca dentro de mí, mientras me decía esta frase. Tampoco se me va a olvidar lo insegura que me sentí, lo pequeñita, lo incapaz. ¿Qué debía contestarle al hombre que tenía enfrente, dueño de su propia clínica, médico reconocido que tenía al menos 40 años más que yo y era considerado por mi familia como una eminencia?
Esta es sólo una de las maravillosas anécdotas que tengo. En el momento podía sentir que algo no estaba bien, por la incomodidad que me recorría, pero no lograba realmente poner todas las piezas en mi cabeza en orden.
En mis 10 años de actividad sexual y por lo tanto, de controles ginecológicos, he visitado un aproximado de 8 especialistas y debo decir, que sin importar la edad, el género o la nacionalidad, he encontrado poco consuelo.
Debemos comenzar a entender, que la ginecología no se libera de la mirada patriarcal, que a pesar de ser un espacio de estudio para nuestras vulvas y úteros, no es un lugar seguro en el cual podamos escapar de su yugo. ¿Cuántas mujeres sufren en silencio la violencia a sus cuerpos cuando van a pedir ayuda?
La violencia gineco-obstétrica está allí, no es necesario que me golpeen ni que me griten para vivirla en carne propia, puesto que sus manifestaciones pueden ser tan sutiles como la realización de un procedimiento sin consentimiento, una manipulación dolorosa o un comentario inapropiado.
Es además, una de las formas de violencia más normalizadas e invisibilizadas en nuestra sociedad, que padecen millones de mujeres regularmente cuando acuden a la consulta de unx ginecólogx o entran en una sala de parto.
Coloco aquí una frase que me resuena cada vez que la escucho: “La cultura del médico salvador y la mujer ignorante es una violencia sexual que se ejerce en paritorios y consultas” –Jesusa Ricoy, matriactivista.
La violencia que se ejerce dentro de los consultorios tiene como raíz que la paciente es mujer o disedencia, porque tenemos jerarquías interiorizadas de cuál es nuestro rol como mujeres y nuestra posición frente al otro.
Además de esto, las creencias erróneas y el desconocimiento sobre nuestros cuerpos son uno de los principales factores que ayudan a que la situación se mantenga, puesto que tenemos interiorizado que nuestros procesos físicos “tienen que ser dolorosos” y que la mujer está, de alguna manera, diseñada para “aguantar dolor”.
Quitemos el chip compañeras, apaguemos el sistema. No podemos seguir permitiendo que nuestros cuerpos sean territorio de otros. El cambio comienza por tomar responsabilidad y ser insistentes, no doblegarnos y simplemente aceptar el “orden natural impuesto de las cosas” del sistema patriarcal.
Debemos cuestionarnos cuando vayamos a consulta ¿cómo me estoy sintiendo? ¿cómo me está tratando esta persona? ¿me está informando de lo que se hará con mi cuerpo? ¿me comunica de una forma respetuosa y empática lo que sucede? Si esto no es así, exprésate, quéjate, reclama o simplemente, sal de allí.
Tu cuerpo es solamente tuyo.
texto: @sexeducando Ilustración: @mon.gsilva